domingo, 27 de julio de 2014

Desamor en cadena

La habitación estaba en silencio. En la sala una joven hermosa dormía la siesta acostada en el sofá. A su lado, un señor leía a la luz del ocaso que se filtraba por la ventana. El hombre parecía absorto en la lectura, pero de cuando en cuando extendía la mano para estirar la sábana que cubría el cuerpo moreno de la mujer, o para retirar del rostro de la durmiente algún rizo que se le atravesaba cuando se movía. Cada vez que el anciano atendía a la joven, ésta hacía un gesto de molestia y más de una vez logró atrapar a ciegas la mano intrusa. Pero al hombre no parecía importarle. Seguía leyendo e interrumpiendo la lectura para acariciar a la mujer.
El hombre se levantó un par de veces para espantar un pájaro que picoteaba la ventana. Lo espantó susurrando, tratando de no despertar a la dama cuyo sueño él guardaba. Y siguió leyendo. Y mientras leía siguió atendiendo con ternura a la mujer. Ella siguió fingiendo dormir aun cuando la lluvia se precipitó estruendosa sobre el edificio. Una vez más el hombre se levantó para cerrar las ventanas y se aseguró de que nada perturbara el sueño de su amada.
El hombre seguía leyendo, y la mujer durmiendo cuando la lluvia cesó por completo y los ruidos del apartamento vecino inundaron el ámbito silencioso de la morena durmiente y su eterno enamorado.
Una mujer gritó "no" y a la protesta le siguieron risas y gritos ahogados que insinuaba una persecución en el apartamento de al lado, y a la persecución siguieron la rendición y la entrega, y a la entrega el placer.
—¿Podrías dejar de hacer tanta bulla de una vez? —la morena arremetió en contra del anciano. Sentía un nudo en la garganta y la furia se reflejaba en sus ojos. El anciano dejó la lectura y la miró confundido. Entonces, sintiendo un dolor agudo en su pecho, sabiéndose no correspondido, contestó: —No sé de qué hablas. El único que está haciendo ruido es el vecino; ¿lo oyes? Parece que lo está pasando bien. El anciano le guiñó un ojo a la morena. Ella se volvió a recostar pero permaneció con los ojos abiertos fijos en el techo. En el apartamento contiguo los vecinos seguían haciendo de las suyas, gritando y gimiendo sin pudor mientras en su apartamento la morena seguía deseando mandar a todo el mundo al carajo. Poco antes de las ocho todo volvió a quedar en silencio. La morena le pidió al señor que fuera al supermercado por un poco de pan para la cena y le dio lo que hacía que él permaneciera cada día a su lado con su lealtad de perro viejo: un beso. A penas el anciano salió a la calle la morena fue al apartamento contiguo. Cuando el vecino abrió la puerta la morena gritó enfurecida: —Me habías prometido no volver a estar con nadie sino conmigo...

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